La crisis del abasto de agua en Santiago de Cuba se ha vuelto insostenible, afectando a comunidades enteras que llegan a pasar hasta 21 días sin servicio. Esta situación ha puesto en riesgo necesidades básicas como la higiene, la alimentación y el saneamiento. La causa principal, según reconocieron medios oficialistas, es la reducción drástica del caudal de entrada en la Planta Potabilizadora Quintero, que abastece a gran parte del noroeste de la ciudad.

La planta, que debía recibir 2,100 litros por segundo, solo capta ahora unos 1,509 litros. Esta disminución ha provocado un colapso del sistema hidrométrico y ha extendido los ciclos de distribución, afectando a zonas como Maestra 1 y Maestra 2, donde las interrupciones son aún más frecuentes.
El régimen ha desplegado 20 carros cisternas, de los cuales solo 13 pertenecen a la Empresa de Acueducto. Sin embargo, la medida resulta insuficiente ante la magnitud del desabastecimiento. En barrios como Flores Alto, Siboney, Vista Alegre, El Cobre, Antonio Maceo y Van Van, el agua apenas llega por gravedad o rebombeo, en horarios reducidos y con constantes interrupciones.
Pese a la gravedad del escenario, las autoridades apenas han mencionado “medidas paliativas” sin ofrecer detalles concretos. El régimen, que sí encuentra recursos para levantar hoteles, parece incapaz de garantizar un derecho tan básico como el agua.
Más de medio millón de cubanos están hoy afectados por la escasez de agua potable. Según el presidente del Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos (INRH), Antonio Rodríguez, el 38 % de los casos responde a la sequía. En mayo, las precipitaciones no superaron el 50 %, y en lo que va de junio, en la región oriental del país apenas ha llovido el 24 % de lo habitual.
La falta de lluvias, sumada a la rotura de equipos de bombeo y al déficit energético que afecta a las estaciones, ha puesto al descubierto el colapso estructural del sistema hidráulico cubano. Las consecuencias no son solo logísticas, sino también sanitarias y sociales. El malestar crece en una ciudad donde, en lugar de soluciones reales, se reparten discursos y cisternas.